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Old Posted Apr 5, 2009, 3:15 AM
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Yo también he leído muchas críticas sobre esa película. Dicen que es exagerada y esta muy "ideologizada".

Acá pongo algunas opiniones de otros veteranos de Malvinas.
Video Link


Para escuchar la otra parte al menos...
(si quieren lean los comentarios, hay de todo un poco, eso sí...)


Y ya que estamos pongo estas dos artículos que publico Perfil la semana pasada.

Quote:
GENERAL MARIO BENJAMIN MENENDEZ, EX GOBERNADOR DE MALVINAS
“Galtieri no se daba cuenta de que nos estaban derrotando”

En su primera entrevista a un diario argentino en casi una década, y a pocos días de un nuevo aniversario del desembarco en Malvinas, el general Mario Menéndez responsabiliza al ex dictador Leopoldo Galtieri por las fallas estratégicas y logísticas que llevaron a la derrota argentina en la guerra. “El nos mandó y nos mantuvo allá. Si nos sobraron o nos faltaron cosas, es su responsabilidad”, dice. Y tilda de “mentiroso” al general Martín Balza por las duras críticas que le hizo en su último libro, y lo acusa de haber inventado “la historia de que no participó de la guerra contra el terrorismo”.

Por Hernán Dobry


El comienzo de la aventura. Las tropas argentinas acaban de desembarcar el 2 de abril de 1982 en las Malvinas y marchan hacia Puerto Argentino. Menéndez fue el gobernador de las islas durante dos meses y medio, hasta el 14 de junio, cuando se rindió.
Cinco días después de la toma de Puerto Argentino, el 7 de abril de 1982, Mario Benjamín Menéndez asumió como gobernador de las islas Malvinas, en lugar del general de división Osvaldo García. No debía sólo administrar la vida civil de los territorios recuperados, sino también ejercer la jefatura del Comando Conjunto de las fuerzas desplegadas.
Si bien la guerra propiamente dicha comenzó el 1º de mayo con los primeros bombardeos ingleses, los combates más cruentos se llevaron a cabo tras el desembarco británico, el 21 de mayo. A partir de allí, los soldados debieron luchar contra el frío y el hambre, además de contra el enemigo.

En la madrugada del 14 de junio, el asedio británico llegó hasta las inmediaciones de Puerto Argentino y la situación era insostenible. Desde Buenos Aires, la orden era no rendirse. En las islas, los muertos se multiplicaban mientras las tropas huían desbandadas hacia la capital.

Menéndez debía tomar una decisión. Finalmente, optó por aceptar un alto el fuego ofrecido por los ingleses y firmar la capitulación frente al general Jeremy Moore.

—¿Cómo se vivieron las últimas horas antes de la rendición?

—La situación estaba absolutamente deteriorada. Hablé con el general Galtieri y se la describí. El no podía o no quería entenderla, así que se lo tuve que repetir y le pregunté si podía contar con algún apoyo aéreo u otra cosa. Me explicó que no me podía garantizar ninguno. Entonces, le dije: Como comandante, no sé qué va a ser de esta guarnición al final del día de hoy. Ante eso, me voy a hacer responsable. Y le corté.

—¿Ya tenía en mente la rendición?

—No sabía qué iba a hacer, honestamente, porque no había habido contacto con los ingleses. Era como una especie de nebulosa: ¿cómo hacemos ahora? ¿Vamos a seguir combatiendo hasta que las acciones se interrumpan o a tratar de tomar contacto con los ingleses? Esto último me parecía que significaba ponerme de entrada en una posición inferior. En ese momento, el capitán de navío (Barry) Hussey me dijo que había una comunicación con los británicos, que ofrecían un cese del fuego para iniciar conversaciones y terminar con las operaciones. Resolví aceptarlo y les sugerí reunirnos a las 16.

—¿Cómo se preparó para ese momento?

—Me fui a la residencia porque estaba agotado, me lavé, afeité y me puse presentable. Llevaba 36 horas sin dormir. Ni me cambié de ropa, ni me lustré las botas, como dicen algunos. Pensé que era el final. Me puse a juntar los papeles y, después, nos fuimos caminando hasta la Secretaría a esperar a los emisarios ingleses. Ahí, llegó el coronel (Michael) Rose e iniciamos la reunión.

—¿Qué ocurrió allí?

—El planteó, de entrada, que había que resolver en qué momento y forma se produciría la rendición. La verdad es que lo asumí. Sabía cómo estaba mi gente, así que no lo discutí. En ese momento, me llegó una comunicación de Buenos Aires muy particular, muy irreal: que debía negociar con los ingleses las condiciones en que me iba a ir de Malvinas y cómo me iba a llevar todo el armamento y las cosas que tenía.

—¿Cómo se llegó al acuerdo?

—Les planteé: Ustedes han dicho que los argentinos han dado prueba de su valor y bravura en combate, cosa que también creo. Si es cierto, estas tropas merecen llevarse las banderas que los han acompañado en la guerra. Nos dijo que sí. A partir de ahí, se abrió un camino y se planteó en qué condiciones se iba a producir el repliegue de nuestra gente, la entrega de administración, que no iba a haber ningún desfile, ni periodistas en la ceremonia de capitulación. Quedamos en el horario en que el general Moore iba a estar ahí y me fui a hablar con el continente para informar de estas condiciones. Ahí es donde Galtieri dice que me había extralimitado.

—¿Qué le dijeron?

—Les pedí que enviaran barcos para evacuar a las tropas, porque los ingleses me habían dicho que ya estaban listos y quería hacer entrar a nuestros buques en simultáneo. Me dijeron que no había ninguno disponible, lo que me produjo bastante disgusto porque pensé: esta gente no tiene idea de lo que hemos vivido acá. En realidad, eso ya lo había comprendido antes cuando mandé al general Daher al continente. Tenía la idea de que Galtieri no se daba cuenta que nos estaban derrotando en Malvinas, o decían: Dios proveerá.

—¿Cómo fue la reunión con Moore?

—Nos encontramos en un pasillo, es la única foto que hay: él de un lado y yo del otro. Moore hizo una introducción y luego me dijo: “Ahora usted me tiene que firmar la rendición”. Estaba en inglés, la leo y cuando veo la palabra incondicional me planté: General, esto no es lo que se pactó esta tarde. “Cómo, ésta es la rendición, acá está”. No, porque se estipularon condiciones y acá habla de una rendición incondicional, o sea, están cambiando los términos. Esto no lo acepto. No sé en qué condiciones, pero si usted insiste en esto, los argentinos seguimos peleando. Se quedó y después lo aceptó: “Está bien, tachemos la palabra”. Reconozco que ahí podría haber discutido Falkland/Malvinas porque las Naciones Unidas lo aprobaban. Pero era un momento muy difícil.

—¿Qué sintió en ese momento?

—Es terrible tener que estar ahí. Es una de las cosas en las que un militar nunca quiere pensar. Después, están los tipos que dicen: “¿Por qué no se pegó un tiro?”. Creo que el suicidio no es una solución. En estas circunstancias, tengo que dar testimonio de lo que viví y cómo fue, cosa que hice y hago hasta ahora. Pegarme un tiro es muy fácil, es dejarle a otro que cuente la historia como quiera. Usted sabe que las cosas que tenía que hacer las hizo y bastante bien. Hubo una serie de fallas que son de orden estratégico operacional. En lo táctico, no podía dar mucho más de lo que dio y que, en última instancia, estaba cumpliendo con mi obligación de comandante. Hay muchos que dicen: usted salvó a miles de hombres. No sé a cuántos salvé, creo que tomé la decisión táctica que debía.

—¿Allí terminó la reunión?

—Cuando se relajó un poco la situación, me dijo: “Ahora, sus tropas van a ir a la zona de reunión de prisioneros, que hemos determinado que sea en el aeropuerto”. Entonces, le pedí: Mi gente está en malas condiciones, hay muchos que ya no dan más, han perdido su ropa de abrigo. Y me respondió: “Nosotros también perdimos todo cuando ustedes hundieron el Atlantic Conveyor, porque también cometimos errores”. Además, pidió que en el puesto de entrega de armamento se revisara a los soldados argentinos para controlar que no se llevaran nada. Ahí, le dije que no éramos ladrones y que cuando se había producido un hecho de esa naturaleza, lo habíamos investigado, devuelto las cosas y juzgado a los responsables. Así que, en todo caso, nosotros íbamos a poner un puesto para cerciorarnos de lo que ellos querían. Y lo aceptó. Así que, en la mañana del día 15, había un puesto inglés para entrega de armamento y otro argentino de verificación. Yo estuve en ese puesto.

—¿Qué le pasaba por la cabeza?

—Todo lo que había vivido y pasado, las cosas que había pensado y dicho en el transcurso de las operaciones. Me deben haber visto cara de que me sentía muy mal, porque se me presentaron los tres oficiales de mi Estado Mayor personal y me dijeron: “Le queremos expresar que nos sentimos muy honrados de haber servido a sus órdenes y sido partícipes de las decisiones que usted tomó”. Eso me hizo sentir bien, porque no interesa tanto la opinión de un superior sino la de un subalterno. A ellos les dije: “Basta de protestar, no quiero pasar a la historia como un general llorón”.

—¿Qué sensación tuvo cuando llegó al continente?

—Fue una recepción fría como el hielo, estaban nada más que los familiares en Tablada. Un compañero mío, pobrecito, que se ve que lo había mandado el Estado Mayor para que nos recibiera, me preguntó: “¿Vos informabas lo que pasaba?”. Y le respondí: Esto lleva setenta días, ¿nunca te enteraste de lo que pasaba? ¿Te creés que tengo cuarenta años de servicio y no voy a informar lo que está pasando en la guerra? Ahora, si no te lo contaban y no preguntabas es otra cosa. Uno después se entera de un montón de anécdotas, de generales que preguntaban y les decían: “Ya basta de pálidas”.

—¿Cómo se sintió con el trato que le dio Galtieri después de la guerra?

—Me enteré una vez por otros generales de que le habían preguntado si alguna vez nos había vuelto a ver a los que habíamos ido a Malvinas. Dijo: “No, pensé que los muchachos iban a venir a verme”. Entonces, les respondí: ¿No creen que Galtieri nos debió haber llamado cuando regresamos y no nosotros ir ahí a rendirle cuentas? El nos mandó y nos mantuvo allá. Si nos sobraron o nos faltaron cosas, fue su responsabilidad y del resto de la Junta. Le hice un Tribunal de Honor y se lo gané, pero el general (Cristino) Nicolaides lo ocultó, porque quería proteger su imagen. En esto, no sé si no hay mucho enanismo intelectual y hasta espiritual en mucha gente.

—¿Por qué no habló de todo esto cuando regresó de Malvinas?

—Llegué a hacer un memorándum en el Ejército que se lo presenté al secretario diciéndole que era necesario que se informara a la población. No me lo contestaron nunca. Después, tuve dos llamados de atención y, finalmente, un castigo por una entrevista y una carta a un diario. Cuando publiqué mi libro Malvinas: testimonio de su gobernador, el comandante en jefe me envió una hojita diciendo que me había puesto sesenta días de arresto por “hacer declaraciones a un periodista que habían servido para la publicación de un libro sin la autorización” de él y me mandó a Magdalena. Son esas manchas honorables, me parece.

—¿Esto formó parte de un proceso de desmalvinización en el Ejército?

—Es la desmalvinización del país. El Ejército fue el que agachó el lomo y dijo: somos los responsables. No fueron capaces de sacar pecho. Había un grupo de generales que estaba en el Estado Mayor que sacaba partido y que si reconocían eso, por ahí, les iban a decir váyanse. El Ejército se dedicó a buscar lo malo. Eso les servía a los que habían quedado acá para decir: nosotros no tenemos responsabilidades, los inútiles fueron los otros. El Ejército fue tan atacado desde el punto de vista político, ideológico, etc., que los tipos en lugar de salir a clarificar y a contragolpear prefirieron callar. Además, tuvieron un embate por el tema de los derechos humanos, la guerra contra el terrorismo. Entonces, ya tenemos un problema, no creemos otro, dejémoslo así, total estos tipos ya están liquidados.

—¿Leyó alguna vez las críticas que le hizo el general Balza en su libro?

—Es un mentiroso. Lo pensé mucho antes de hacerle un Tribunal de Honor. Es muy hábil y ha inventado la historia de que no participó de la guerra contra el terrorismo y que fue el tipo que más hizo en Malvinas y que los otros fueron unos nabos o pusilánimes. Es políticamente aceptable, nunca va a decir que no es cierto lo de los 30 mil desaparecidos. No digo que no los haya, pero creo que 30 mil es una cifra inventada. Para él, es más fácil atribuirse el hecho de que quería que tal cosa se hiciera o no, pero no integraba el Estado Mayor. Era un jefe de grupo de artillería al cual se le dio la misión de integrar los fuegos de la artillería terrestre, ni siquiera la defensa antiaérea, porque el responsable era otro.

—¿Qué hace los 2 de abril?

—Soy un invitado especial en San Andrés de Giles, donde se hace una vigilia. Ibamos con mi señora, nos sentíamos muy cómodos entre la gente y contestando preguntas, dando la imagen que tengo que dar porque, por principios, me enjuiciaron dos veces, además del Informe Rattenbach. Fui declarado absuelto de todos los cargos que se me formularon. Cuando he hecho tribunales de honor, los he ganado todos. Soy un ciudadano como usted, puedo salir a la calle como cualquiera, y debo hacerlo porque, además, tengo una responsabilidad que es la de dar un testimonio.

—¿Qué siente cada 14 de junio?

—Los recuerdos son muy vívidos, muy duros. Ahora, por ahí me lo recuerdan algunos señores del Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas (CECIM) que vienen a hacerme un escrache para decirme que soy responsable de que haya muerto el soldado fulano o mengano. Son las cosas que usted tiene que estar preparado para aceptar.


El drama de ser soldado y judío

“En Malvinas me tocó un nazi como jefe de sección, el subteniente Eduardo Flores Ardoino”, afirma Silvio Katz, del Regimiento Mecanizado 3 de Tablada, uno de los cerca de treinta soldados judíos que participaron de la guerra. Katz debió luchar contra el hambre, el frío y los bombardeos ingleses, como todos sus compañeros, pero también contra el odio antisemita de oficiales y suboficiales del Ejército. Este es su relato.

“Se me congelaban las manos en el agua, y él me tiraba la comida adentro de la mierda y la tenía que buscar con la boca. Me trataba de puto, que todos los judíos éramos cagones. Era feliz viéndome sufrir. Un día quise agarrar un fusil para pegarle un tiro, y no podía ni tener el fusil en la mano. ‘Es tan cobarde que no puede disparar. No ve, usted es un cagón’, me decía, y me pegaba. Yo pensaba: si este tipo supiera que no le pego un tiro porque no puedo mover los dedos, se dejaría de hablar boludeces. No había nunca una posibilidad. El arma que me apuntaba era la de él. Eso le daba el poder, y unos botones lo hacían creer que era Dios. Les decía a los demás que les hubiera pasado lo mismo si hubieran sido judíos como yo. Algunos compañeros me odiaban tanto como él porque veían en mí el problema de todos sus males. Para la gente que aún hoy sigo viendo periódicamente, era el ruso, el amigo, venían a hablar conmigo después de que se iba este buen señor, a hacerme entender que no era así la cosa, que no podían saltar por mí. Algunos se acercaban y me decían: ‘Esta bala que tengo en la mano se llama subteniente Flores. Cuando se arme y el tipo esté adelante le pego un tiro por vos’. Aun en la mierda, no todo es una mierda. Este muchacho cada día que parecía que íbamos a entrar en combate nos ponía a todos en fila y nos daba un trago de whisky para tener calor. Cuando llegaba a mí, decía: ‘Usted no porque lo van a matar’. Llegué a pensar que realmente era mejor morir. Me convencí de que arriba o abajo estaba mi viejo, que había fallecido, esperándome. No soy muy creyente, pero creo que hay un Dios que fue el que hizo que volviera de Malvinas. En algo tenés que creer. Yo hablaba como si mi papá me escuchara, le pedía que por favor me ayudara a soportar, a sobrevivir. Por ahí, era rezarle a Dios, y yo lo ponía a él en su nombre. Sufrí demasiado, pero hace diez años la taba se dio vuelta. Ahora soy muy feliz, tengo dos hijos maravillosos, una esposa que me banca en todas. Volví a Malvinas hace ocho años y pude sentirme en paz. Recorrí la zona, pero no quise ir a mi trinchera. En el hospital, en Campo de Mayo, me habían pronosticado que no iba a poder tener hijos, y mi señora volvió de las islas embarazada del más grande. Malvinas me sacó y me dio mucho. Me queda una deuda: entré al cementerio y me tuve que ir. Fue terrible, hubo algo que me dijo: ‘Flaco ya te salvaste de estar acá, tomátela’. Tengo que volver, para ir al cementerio y estar en paz con mis muertos. A Flores Ardoino lo vi al año de Malvinas. Yo estaba arriba del colectivo 26, mirando por la ventanilla. Me quedé helado. Mi mente decía: ‘Bajá, y pegale, sacá todo lo que tenés adentro’. No pude, me paralicé. Hoy le preguntaría por qué fue tan mierda. Necesito saberlo. No me lo puede explicar nadie. Tengo que dejar de buscar una explicación porque no la hay. Por ahí, cuando vuelva a Malvinas con mis hijos la dejaré de buscar. Ahí, voy a estar en paz.”

Fuente: Perfil
Quote:
“Todo fue una gran improvisación”

El vicecomodoro auditor Eugenio Miari fue secretario de Justicia del gobernador Menéndez en Malvinas. Debió resolver contratiempos con la población local y firmó como testigo el acta de rendición.
—¿Qué sintió cuando lo convocaron para ir a Malvinas?

—Me dije: esto va a terminar mal. Me enteré ocho días antes y tenía que estudiar derecho inglés en 48 horas. Cuando se habla de improvisación, imagínese todo lo que improvisé.

—¿Por qué?

—No estaba preparado para ser auditor de guerra en campaña en un territorio que culturalmente era británico. Todo fue una gran improvisación.

—¿Qué sintió cuando llegó a Malvinas?

—Me llamó la atención ver en algunas paredes escrito con aerosol en español: “Ingleses hijos de no sé cuanto, las Malvinas son argentinas”. Pregunté si lo habían escrito los infantes de marina que entraron a las islas. “No, está hace tiempo”. Había sido el turismo masivo en la época de López Rega. El gobernador británico había prohibido que se borraran esas inscripciones para que los kelpers no olvidaran cómo era la realidad de los argentinos.

—¿Qué problemas hubo con la población civil?

—Hubo algunos robos o latrocinios de viviendas. Todo lo que usamos en las islas lo pagamos. No despojamos a nadie da nada. Inclusive, los daños que sufrieron a raíz de las operaciones bélicas fueron indemnizados. Más aún, el día de la capitulación había colas de kelpers reclamando resarcimiento que debimos interrumpir por la capitulación.

—¿Qué recuerda del momento previo a la capitulación?

—Muchos días antes ya sabíamos lo que nos esperaba, porque la realidad que se vivía en Malvinas no tenía nada que ver con el clima que existía en la Argentina continental. El enemigo tenía todo y a nosotros ya nos empezaba a faltar casi todo. No había proporción entre un ejército profesional y uno como el nuestro.

—¿Qué siente cuando ve el acta de rendición?

—Todo conflicto deja enseñanzas y las recogieron muchos, menos nosotros, empezando por los ingleses. Durante nuestro cautiverio fui interrogado por oficiales británicos. Me dijeron: “Nos interesa que nos diga con toda franqueza y sin ninguna limitación todas las fallas o defectos que aprecieron en nuestras tropas u operaciones”. Acababan de ganar y querían saber en qué habían estado mal. Ese es el enemigo con el que nos habíamos enfrentado. Se nos había dicho que se mareaban, que no sabían navegar, que eran todos homosexuales, drogadictos y no sé cuántas pavadas más. Si llegaban a ser normales, nos corrían hasta el continente.

—¿Cómo vivió el regreso al continente?

—Tardé un par de semanas en recuperarme espiritualmente y después, de a poco, uno vuelve a la vida normal. Los veteranos somos una especie parientes lejanos de los muertos en combate. Tuvimos el privilegio de formar un club exclusivo que ya no existe más.

—¿Qué hace los 2 de abril?

—Los que formamos parte de ese club nos reunimos. A lo mejor, alguna vez entra a un restaurante y ve a un grupo de hombres mayores sentados en el suelo comiendo con una latita. Va a pensar que están mal de la cabeza. No, somos los que estuvimos presos en el frigorífico en San Carlos, donde comíamos en el suelo con una latita que nos daban los ingleses. A lo mejor, vamos a un restaurante, pedimos atún en latas individuales, lo comemos y, después, nos sentamos a la mesa. Lo que sí, cada año encontramos que hay más asientos vacíos y que la Argentina no ha aprovechado las enseñanzas de la guerra.

Sigue


¿Dónde están los documentos de la guerra?

Investigar la Guerra de Malvinas en la Argentina con fuentes documentales directas es una odisea: gran parte de los documentos originales que se emitieron durante el conflicto han desaparecido o jamás llegaron a los organismos correspondientes. En muchos casos, los tienen sus protagonistas directos o particulares que los recibieron como regalos.

La capitulación oficial. El acta de capitulación no está en manos del Estado. Luego de que el general Mario Benjamín Menéndez y su par inglés Jeremy Moore la firmaran, el 14 de junio de 1982, cada uno se llevó un ejemplar original. Oficialmente, la argentina está extraviada. Tanto la Secretaría General del Ejército, como el Archivo General, el Museo y el Servicio Histórico afirman que “la única copia que hay es la que aparece en el Informe Oficial del Ejército Argentino sobre el conflicto Malvinas”. Sin embargo, el acta no está perdida: la tiene en su casa el brigadier general (R) Ernesto Horacio Crespo, quien fuera comandante de la Fuerza Aérea Sur durante el conflicto.

El documento se lo dio José Ignacio Garona, quien fuera abogado de Menéndez. “Fui a hacer una declaración a los juzgados de Comodoro Py y salió el tema Malvinas. Garona, que me conoce mucho, me dijo: “Tengo el acta, le hago una copia”. Un día que iba a Rentas, subí a su oficina, tomamos un café y me la dio. Cuando iba en el taxi me dio curiosidad, la abrí y me quedé asombrado porque me había entregado el original”, afirma Crespo.

Garona elude las precisiones. “No le puedo confirmar ni negar nada. No sé quién tiene el original. Le puedo dar una copia que debe ser igual a la que tiene Crespo”, señaló. Sin embargo, nunca concretó su oferta a pesar de los constantes llamados. El acta llegó a manos de Garona cuando encaró la defensa de Menéndez. “Entre las cosas que me dio para hacer la defensa, venía una copia”, destaca. El ex gobernador fue quien trajo el original al continente y afirma haber entregado todos los documentos a su abogado para que lo defendiera y nunca se los reclamó. En el ejemplar que tiene Crespo se puede ver la tinta azul de las diferentes firmas, por lo que difícilmente sea una copia. Tiene un sello del Estado Mayor General del Ejército, sin número de foja, y otro que señala su carácter de secreto. Esto implica que luego de Malvinas estuvo en poder de la Fuerza. Pero si se observa la que figura en el Informe Oficial, se puede notar que tiene un número de foja escrito con lapicera: el 1, así que podría tratarse de una copia. Se desconoce cómo salió del archivo en el que estaba o si Menéndez se quedó directamente con el original. Este ejemplar debería estar en algún archivo o museo público. Crespo se comprometió a donarlo, aunque no dijo cuándo. “Se la voy a dar al museo de la Fuerza Aérea”, afirma.

Los actos de gobierno. Durante sus dos meses y medio de gobierno, Menéndez firmó 13 decretos. El primero tiene fecha 20 de abril, y el último es del 2 de junio. La primera medida designó al capitán Carlos Coronel jefe de Policía. Seis días más tarde estableció que Líneas Aéreas del Estado (LADE) se hiciera cargo del transporte aéreo local, que estaba en manos de Falkland Islands Government Air Service (FIGAS). Al día siguiente del primer ataque inglés, Menéndez creó el Cementerio Militar para sepultar a las primeras víctimas y nombró médicos al frente de los servicios de los hospitales locales. Las dos medidas siguientes crearon las secretarías que acompañarían su gobierno y quiénes las ocuparían. Otros cuatro decretos reglamentaron el pago de indemnizaciones a pobladores por los daños producidos por las tropas argentinas y crearon el Registro Civil.

Las últimas tres medidas de Menéndez reflejan el lado oscuro de la presencia argentina en las islas. La primera sentenció a dos soldados a un año y a seis meses de prisión, respectivamente, por robar una vivienda. La segunda condenó a un subteniente a “un año de prisión con la accesoria de destitución” por delitos comunes. Finalmente, la última absolvió a un soldado acusado de “homicidio culposo”, aunque no detalla quién fue la víctima. Ninguno de estos decretos está en un archivo público o museo, ya que los originales los tiene el secretario de Justicia de la administración Menéndez, el brigadier auditor Eugenio Miari. “Todas las copias que durante el conflicto remitían a organismos del Estado desaparecían en el camino”, afirma. Por eso es renuente a donar los originales, aunque sabe que deberían estar en el Estado. “Alguna vez me ocuparé. Pero no quisiera que me pase como al reloj del general Belgrano”, concluye.

Fuente: Perfil
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