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Old Posted Mar 25, 2013, 10:11 PM
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Historia, fe, tradición y arte:
Remembranzas de Semana Santa en Ilobasco


Estaciones del vía crucis
Semana Santa en Ilobasco

Por Ramón D. Rivas

Aprendí en la doctrina que recibí en aquella entonces destartalada iglesita del barrio El Calvario de mi pueblo que la Semana Santa, o “Semana mayor”, es uno de los acontecimientos más importantes del credo cristiano, en la que se conmemora la pasión y muerte de Jesús, Cristo. Recuerdo también que para esa época el chillido desesperante de la multitud de chicharras que, prendidas de los palos de jiote y conacaste, desde que amanecía hasta que anochecía, parecía como que se hacían una sola con el inclemente calor de la época. Recuerdo, sí, la vistosidad y devoción en la religiosidad de la gente, que desde la procesión triunfante de Jesús, el Domingo de Ramos, hasta la procesión de resurrección, año con año, acompañaban esa noble conmemoración con el debido respeto y sentimiento de fe de la gente que por miles se hacía presente. Gente de todos los caseríos y cantones llegaban a la ciudad. Bueno era eso. Si es que desde el Miércoles Santo por la tarde nos inculcaban que, por respeto al Señor, había que hablar suave, no escupir, caminar despacio y hasta no bañarse… y ¡cuidado con decir malas palabras! Así nos había enseñado la catequista Hildita Barbón. Ahora, rememorando, me doy cuenta de que esta semana de guardar, además de su importante significado para el que cree, es un tiempo privilegiado para las expresiones cristianas; es uno de los acontecimientos de mayor vistosidad y devoción en la religiosidad del pueblo católico.

Esto se ve reflejado en prácticas sacramentales, oraciones, expresiones artísticas y en tradiciones populares donde se articulan la creencia religiosa con prácticas culturales y sociales de las comunidades que viven y practican esa expresión de fe. Qué bueno es eso, pues se reafirma una vez más lo que científicos sociales de la talla de Max Weber investigaron en el sentido que la religión cohesiona, une, y a la vez le da sentido a la vida. Pero, cuidado con esto, pues también la religión y lo religioso es manipulable, y de esos expertos hoy en día abundan; y nuestro país no es la excepción. Y es que, en las procesiones que durante la “Semana mayor”, se observan imágenes de diferentes formas y tamaños: Cristo, la Virgen, María Magdalena, Verónica, Simón el cireneo, san Juan y hasta de Judas el traicionero; y se pueden ver expresiones y miradas de desconsuelo y hasta desgarradoras en las imágenes. Así, las imágenes de Jesús presentan cara de triunfo (el Domingo de Ramos) y sangre y heridas en su cuerpo el resto de la semana. Pero también las otras imágenes que evocan al recuerdo de los pasajes bíblicos expresan alegría, serenidad en sus rostros, a lo mejor como parte de la reflexión que hace la Iglesia católica a sus fieles durante este momento de las celebraciones enmarcadas en el calendario litúrgico: la Semana Santa. El fervor se manifiesta en procesiones, altares, alfombras y actividades que van más allá del interior de las iglesias, en donde la gente a titulo individual y colectivo tiene un papel destacado.

Se trata de un arte que conlleva a una catarsis y por ende a una sublimación de sentimientos piadosos. Este tipo de arte surge después del Concilio de Trento, (Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica Romana que tuvo lugar en Trento, Italia entre 1545 y 1563) precisamente para mover al creyente a la compasión por medio del sufrimiento del hijo del hombre en el Gólgota. La imagen de Cristo me impactaba; veía a ese hombre, Dios, golpeado, martirizado, con cara de aflicción y sufrimiento, y no comprendía por qué tanta maldad. Era yo apenas un niño de 6 o 7 años. Y es que, siendo acólito, me di cuenta de que muchas imágenes y ornamentos que forman el patrimonio de las iglesias, en Ilobasco, permanecían guardados durante la mayor parte del año, allá, arrinconadas.

No obstante, durante la “Semana Mayor”, forman parte de los altares y procesiones. Tampoco entendía eso. Y es que en esos de observancia estas imágenes lucen sus mejores galas y sus más selectos adornos, entre los que destacan las pelucas elaboradas con cabello humano; y así me lo dijo don Beto —el sacristán—, que eran de “pelo humano” dado como ofrenda o como pago de una promesa. El jueves Santo, a las tres de la tarde, en la iglesia parroquial se hacían los santos oficios; me llamaba la atención ver como el sacerdote agachado lavaba los pies de los que hacían de apóstoles. Todas las imágenes se tapaban en la iglesia con paños morados y no se volvía a repicar las campanas hasta el domingo de resurrección. En vez de campanas se tocaban matracas. Esa procesión del Vía Crucis, del Viernes Santo, era lo que más esperaba durante el año. Ver la matonería de los soldados romanos, que eran aquellos hombres buenos que yo siempre veía en las calles y esquinas del empedrado pueblo ahora vestidos con ropas para mí extrañas y con cara de malos. El caso es que dentro de la religión católica han existido, históricamente, grupos que preparan las distintas actividades de Semana Santa. Por ejemplo, en Ilobasco eran los miembros de la Hermandad del Santo Vía Crucis, una agrupación de varones, entonces notables. Por lo menos eso era lo que decían, además eran quienes tenían el privilegio de cargar sobre sus hombros la urna para el Santo entierro las primeras estaciones, pero además custodiaban o participaban en las representaciones durante las procesiones. Vestían de traje negro, camisa blanca y corbata. Entre las miles de candelas encendidas, esos hombres me parecía que relumbraban. Para ellos, esto de servir y cargar era una cuestión de honor y símbolo de sus convicciones. Ellos eran quienes además se encargaban de vender las tarjetas para poder cargar la urna, y no era barato; pero el cargar, para el que lo hacía, no solo era motivo de estatus, sino que a su vez lo liberaba; así se decía. Era la época del año en que yo veía cargar hasta gente indeseable por sus actos en el pueblo; pero allí estaban.

Como que el cargar les limpiaba sus pecados para seguir haciendo trampa al terminar la conmemoración religiosa. El sonido de las trompetas y el tambor pausado me impresionaba. Los rostros de las imágenes era lo que más me impactaba, y hasta tenía sueños feos. La procesión de Jesús vendado, el Jueves Santo por la tarde, me impresionaba, ya que al finalizar la procesión se encarcelaba a Jesús en una celda hecha en el atrio de la iglesia del centro. Eran miles de visitantes los que llegaban a adorar la imagen y a dejar su ofrenda.

Un hombre hacía sonar unas cadenas de cuando en cuando, y decía: “Jesús esta preso en el huerto y no tiene más consuelo que el ruido de las cadenas”. La “Procesión del silencio” salía a las once de la noche rumbo a El Calvario por las empedradas calles, y solo participaban hombres y en un rotundo silencio. Solo el sonar de una trompeta y un redoble de tambor como que por un instante despertaba a la gran multitud de hombres que caminaban con pausado paso. En El Calvario, y a media noche, el padre Daniel Chacón, que se decía que era un gran predicador, con voz y ademanes se dirigía a la multitud. Hoy me doy cuenta, y reflexiono, de que hay múltiples posibilidades de mirar estas imágenes y la “Semana mayor” como expresiones de fe en donde se conmemora la pasión y muerte de Jesucristo, y las imágenes como objeto de arte, de culto, o como bien patrimonial.

Hay quien ve en ellas lo artístico, y le interesan las técnicas de manufactura, los materiales, el autor o el período histórico al que pertenecen. Pero hay otros —y son la mayoría— que las mirarán como objeto de culto y se interesan más por los aspectos litúrgicos, el valor simbólico, lo que representan y el sistema de creencias que las sustentan. Sin más, estas imágenes son parte de nuestro patrimonio nacional; aunque algunas veces se vean solo como un objeto de culto, ocupan un lugar importante en la historia de las expresiones artísticas de la sociedad salvadoreña y forman parte del desarrollo histórico de una gran cantidad de comunidades en el país. En muchas localidades las imágenes se han modificado e intervenido con el afán —según la gente— de embellecerlas o modernizarlas, para darles una apariencia de “nuevas”. Con estas modificaciones, muchas obras han perdido parte de sus características originales. Algunas evidencias de desgaste, ya sea por el uso, el tiempo o por la práctica de los fieles de tocarlas, son parte de esa historia que no debemos ocultar porque se borra su identidad y su valor patrimonial. Historia, fe, tradición y arte se conjugan en la Semana Santa; y esto es digno de aplaudir.


Nota gracias gracias a: Diario CoLatino


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